01 mayo 2011

Dia del Trabajador



En "Manifestación" obra de Antonio Berni de 1934, muestra a los obreros y sus familias pidiendo "pan y trabajo". En sus ojos (según el critico de arte) no hay odio, no hay revancha, pero sí hay ansiedad. La pintura da sensación de unidad, de fuerza. El pintor muestra la terrible realidad, pero también la esperanza. La escena es la misma que los argentinos padecimos durante décadas, salvo por lo de la esperanza, que hoy "si" se tiene gracias a los gobiernos de Nestor y Cristina. Por primera vez en años las corporaciones no co-habitan la Casa de Gobierno. Ahora las causas por las cuales los pueblos exigen "pan y trabajo" siempre fueron las mismas: un capital altamente concentrado en pocas manos, explotador, mezquino e inhumano que (según las variables de las ideas liberales y según quienes las aplican) terminan siempre siendo devastadoras. No fue por falta de ideas que las fuerzas laborales no lograron oponerse mayoritariamente a la explotación, pero si fue el Peronismo quien supo despertar la dignidad, la conciencia y transformarlos en trabajadores organizados.
Desde aquel momento la variable de ajuste, para que cerrara un plan o una economía al servicio de otros intereses, que no fueran los del pueblo, tuvo como principal enemigo a los trabajadores y sus organizaciones. Quizás los periodos mas brutales de la historia argentina, en donde quedo demostrado, fueron tras el golpe de 1955 y el de 1976. La ultima dictadura militar derogó la ley de Contrato de Trabajo y decretó que la CGT debía desaparecer. En la nueva legislación no habría entidades sindicales de tercer grado. La Ley de Seguridad Industrial eliminó el derecho de huelga. Las obras sociales fueron separadas de los sindicatos con el pretexto de que los sindicalistas las saqueaban en beneficio propio. Desde 1976, si fueron saqueadas en beneficio de los interventores militares. Se trataba de domesticar a la clase obrera para implementar el plan económico de las Fuerzas Armadas. La política de Martínez de Hoz cumplió con su objetivo, para que no hubiera obreros rebeldes había que destruir la industria. Mientras, se "llevaban" a quienes representaban alguna forma de resistencia, el salario caía y crecían los índices de desocupación. Desangraron a la clase media baja y a los trabajadores. El mismo 24 de marzo, fueron ocupados militarmente quince sindicatos, y varios centenares en las semanas siguientes. Los 6 millones de afiliados sindicales quedaron bajo el control de interventores militares, que también quedaron a cargo de más de 3.000 millones de dólares pertenecientes a los gremios y a sus obras sociales. “Los medios para mantener a raya a las fuerzas laborales proliferaron: advertencias, suspensiones, despidos disciplinarios. Los militares dieron a los patrones el derecho a interrogar a sus empleados potenciales sobre sus ideas religiosas, sindicales y políticas; el derecho a despedir por "delitos" (no probados en los tribunales) y el derecho a eliminar la participación de los obreros en las ganancias y la administración. Muchas fábricas debieron trabajar bajo directo control militar. En alguna se instaló una guarnición completa que revisaban las ropas, los vestuarios y hacían requisas permanentes. La Ley 21400, de seguridad industrial castigaba con 6 años de prisión a todo trabajador que hiciera huelga y 10 para quien instigara a hacerla. Hacia 1978 el movimiento obrero parecía domesticado. Los moderados desplantes del sector gremial, llamado de los 25, y el grupo de "locas" que se reunían los jueves en Plaza de Mayo para demandar la aparición de sus hijos, parecían romper la uniformidad. El éxito del Mundial, con las multitudes en la calle y con Videla vitoreado en el balcón, hizo vivir a los militares la sensación de una inesperada popularidad. Los trabajadores seguían soportando la caída de sus salarios y el crecimiento del desempleo. Eran frecuentes las falsas acusaciones de hurto como medio de zanjar las diferencias laborales. Al trabajador en conflicto no le quedaba más remedio que retroceder ante cualquier avasallamiento patronal. Aunque no existiesen pruebas como para fundar una acusación, la detención (aún transitoria) suponía sufrir castigos corporales, en ocasiones severísimos. La práctica de recurrir a la policía para solucionar todos los problemas laborales se convirtió en un hecho banal, cotidiano, utilizable en los casos más nimios. En los últimos días de 1978, los 25 organizaron en la Capital Federal una cena que reunió a 300 dirigentes. A ella asistieron los agregados laborales de Estados Unidos, Alemania Federal y representantes de la ORIT. El dirigente cervecero Saúl Ubaldini leyó un documento en que se reclamaba el restablecimiento de la Ley de Asociaciones Profesionales, y la legislación del trabajo que habían sido abolida. Se atacaba a la política económica y se reclamaba la recuperación de los salarios. Las obras sociales debían ser devueltas a los trabajadores, previa su recomposición económico financiera. En lo político, se rozaba lo que los militares consideraban una insurrección: el documento reclamaba el "restablecimiento de la democracia, con justicia social".
Los 25 iniciaron su ofensiva poniendo “en estado de alerta a todo el movimiento obrero” y avanzaron hacia el paro general. El general Llamil Reston, ministro de Trabajo, convocó a los dirigentes de los 25 para dialogar en el Ministerio. Después de la reunión, la policía fue capturando a los sindicalistas a medida que salían. Estos, sin embargo, habían tenido la precaución de crear un comité de huelga que comenzó a moverse en la clandestinidad.
Las organizaciones internacionales reclamaron al gobierno la libertad de los apresados. Lo mismo hicieron el partido Justicialista y la UCR, aunque ambos evitaron involucrarse con la huelga. No sucedió lo mismo con la Asociación de Industriales de Buenos Aires, de orientación desarrollista, que se solidarizó con los trabajadores. El paro afectó al cordón industrial del Gran Buenos Aires y a industrias del interior. También adhirieron los ferrocarriles Roca, Mitre y Sarmiento. No existió prácticamente en el comercio, ni entre los empleados públicos. De todos modos, significó un cambio cualitativo en la lucha sindical contra el régimen. La dictadura mantuvo detenidos hasta mediados de julio a los dirigentes de los 25, pero incluso las formas de represión, aún siendo duras, mostraban que algo empezaba a cambiar. La prensa de Buenos Aires abundaba en detalles que pintaban una ciudad con el "pulso normal". La huelga, sin embargo, aunque no consiguió detener el país, permitió que por primera vez desde 1976 un gran sector de la población argentina expresara una clara protesta contra el régimen.